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¡¡A embalar!!

La idea de cambiarnos de casa nos estuvo rondando la cabeza desde hace unos cuantos meses, a mí quizá unos pocos más, pero no teníamos prisa. Pero el destino a veces acelera las cosas por algún motivo, un día una compañera del trabajo me pasó un teléfono de un piso en la zona que nos gustaba y quedamos para ir a verlo, aunque no muy convencido porque las fotos no decían mucho, pero no hay nada como no tener expectativas para que te sorprendan. El piso que vimos a las 21:00 horas nos gustó tanto que justo 12 horas después estábamos diciendo que estábamos interesados, pero también es cierto que con la idea de no hacernos con él por no ser los primeros en demandarlo. Ya fuera porque le cayéramos más en gracia a mi tocaya, nuestra nueva casera, o porque sigue nuestros respectivos trabajos y le parecemos como de la familia, nos eligió a nosotros como sus nuevos inquilinos. Y fue ahí cuando se desató la locura de vernos con un piso nuevo de la noche a la mañana, literalmente, con todo lo que eso conlleva material, económica y burocráticamente para hacer de una vivienda tu hogar.

Da igual cuántas cajas tengas que trasladar que las mudanzas son, junto a la muerte de un ser querido, uno de los momentos más estresantes, según aseguran los estudios. Quizá se deba por los cambios que supone, de ubicación y colocación de tus cosas, pero también por el propio trajín de meter toda tu vida entre cartones. Reducir experiencias, momentos y recuerdos a esas cosas que quizá no necesitas pero te da pena tirarlas porque en ellas hay un poquito de ti.

Seguro que no será la última mudanza que hagamos en nuestra vidas, volveremos a guardar nuestras cosas en cajas y esperemos contar una vez más con familiares y amigos dispuestos a echarnos una mano como lo están haciendo en esta ocasión, lo que les agradecemos de corazón porque nos han facilitado un momento estresante y así mantener intacta la ilusión por nuestra nueva casa.