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Aprendiendo a decir: hasta siempre.

Nada es para siempre. Es algo que todos sabemos, pero que se nos olvida con mucha facilidad. Nos acomodamos en un empleo que un día llega a su fin sin esperarlo. No valoramos lo suficiente a la gente que nos rodea porque creemos que siempre estarán ahí para nosotros. En lo que llevamos de mes he perdido mi trabajo y mi abuelo.

Mi abuelo vivió 92 años, como dejó constancia mi primo Pablo desde México por Facebook cuando se despidió de él: «Hoy nos dejó el Doctor Cipriano Martín Liébana. Nació en 1920 en Valladolid, ciudad donde conoció al amor de su vida, mi abuela Conchita Sanz, a la que sobrevivió por más de dos décadas (sin olvidarla ni un solo día). Tuvo 5 hijos a los que crío entre Castilla y Galicia, y 15 nietos que le recordaremos siempre. Gran apasionado de los libros, la historia, el arte, el fútbol y los viajes. Amante de sus colecciones de sellos, películas y de la comida (nunca nadie disfruto tanto del «arte del buen manducar»). (…)  Estudioso, responsable, trabajador y, porqué no: disfrutón. Los amigos le llamaban Pico. Para mi era, es y será siempre «mi abuelo». Buen viaje.» Pero como digo, mi abuelo muriendo siendo eso, un abuelo y hasta 8 veces bisabuelo. El dolor, la pena y el sentimiento de pérdida está ahí. Todos los días se me escapa preguntarle a mi padre: «¿Vas a ir esta tarde a ver al abuelo?» Pero podemos dormir tranquilos porque se fue tranquilo y sin dolor en su camita y después de desayunar, como amante de la comida no perdonó ni la última comida.

Hay enfermedades horribles que se sentencian a gente con una vida por delante, a pesar de las precauciones que se tomen. La crueldad de la vida no entiende de edades y hace sufrir hasta a los más inocentes. Sin embargo, siempre hay buena  gente dispuesta ha hacer esa etapa más llevadera. Pero por desgracia las enfermedades no son las únicas desgracias que padecen la humanidad. El hambre, que por desgracia ya no es algo único del tercer mundo con la crisis económica; las guerras que, para mí, no tienen ninguna lógica; los desafortunados accidentes.

Desde que empecé este blog he intentado tratar temas divertidos, curiosos e interesantes. Pero ahora estoy en una etapa un poco triste en la que necesito desahogarme y hasta llorar. Quizá es el momento de aprender una nueva lección de la vida: saber decir hasta siempre porque los recuerdos, con suerte, si que serán eternos.

Nos leemos.

Nuky

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